1 El mal uso, es decir, el abuso de los subsidios en la década de los ochenta, llevó a que el término “subsidio” se convirtiese en una mala palabra en nuestro país. En concordancia con el movimiento pendular que durante décadas caracterizó a nuestras políticas públicas, los liberales de los noventa estigmatizaron a los subsidios y estos pasaron de ser un importante instrumento de política económica a convertirse en una mala palabra, que había que esconder en el closet.
2 Se agarró el rábano por las hojas, y en vez de criticar el abuso de los subsidios, es decir, la aplicación de subsidios no focalizados, sin grupos beneficiarios claramente delimitados en el espacio y en el tiempo, sin medición ex ante de costos y de beneficios, y sin el requerido monitoreo y evaluación de los mismos, se optó, como dicen los gringos, por “tirar el agua del baño con el bebé dentro”. Simplemente o, más bien, simplistamente, se optó por renegar de los subsidios en general, en vez de renegar de los subsidios generalizados.
3 Recién en el gobierno del presidente Toledo, con la creación del Programa Juntos, el término subsidio pudo salir del closet y, con la cabeza erguida, regresar al centro del escenario de las políticas públicas, como un instrumento que tenía un rol importante que jugar. Pero el estigma era grande y los prejuicios quedan. Tanto es así, que a los subsidios no los queremos llamar subsidios. Es más, no nos atrevemos a llamarlos subsidios, tal es el caso del drawback.
4 Al drawback, en vez de llamarlo subsidio, lo llamamos “régimen aduanero para la restitución de derechos arancelarios”. Lo peor del asunto es que algunos (autoridades incluidas) se lo creen. Sin embargo, es importante señalar que cuando la tasa del drawback era 5%, los desembolsos fiscales por este concepto eran significativamente mayores a los derechos de importación pagados por los insumos foráneos contenidos en las exportaciones beneficiadas por este régimen aduanero. Claramente, no se trata de una devolución de impuestos, sino de un subsidio y un subsidio importante, bastante más grande que el del Programa Juntos en términos de recursos fiscales.
5 Al haberse incrementado la tasa del subsidio en 60% (de 5% a 8%), ¿a cuánto se habrá incrementado el múltiplo del drawback con respecto a los derechos arancelarios efectivamente pagados por exportadores beneficiados? ¡Y aún así seguimos hablando de restitución de derechos arancelarios! Llamemos a las cosas por su nombre, el drawback es un subsidio. Y debería ser claro que no por esto es malo; este es un instrumento de política económica para promover nuestras exportaciones no tradicionales, que deben superar una serie de trabas y sobrecostos. Sin embargo, lo que nuestra historia económica nos enseña es que este subsidio, al igual que cualquier otro, no debe utilizarse de manera indiscriminada, sin focalización.
6 Claramente, el régimen del drawback requiere modernizarse, reorientándolo a la promoción de exportaciones con mayor valor agregado. En este contexto, es difícil entender y, menos aún, estar de acuerdo con el reciente anuncio de la ampliación de la vigencia de una tasa de drawback del 8% para sectores que no se han visto afectados por la crisis y la falta de acceso a este beneficio (es decir, una tasa de 0%) de sectores duramente golpeados por la misma. El no entender que los subsidios deben ser focalizados y, en la mayor parte de los casos, deben ser temporales, reemplazando este criterio por la idea simplista de que la transparencia requiere de una misma tasa para todos, no parece adecuado para los tiempos del cólera, como los que nos ha tocado vivir.
Diario Gestión (17.12.2009), Pág. 31
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